Escrito por Henrique Cabral – Munich Re

La industria marítima es, sin duda, el pilar del comercio global, conectando mercados y garantizando el flujo de bienes en todo el mundo. No obstante, igualmente innegable es el desafío que representan los eventos naturales catastróficos como terremotos, tsunamis y huracanes para los aseguradores y nuestra sociedad. Aunque estos desastres son devastadores, están bien estudiados dentro del sector asegurador. Sin embargo, en los últimos años ha surgido una amenaza más silenciosa pero cada vez más significativa: los llamados peligros secundarios, también conocidos como peligros secundarios.

Si bien los peligros máximos, como huracanes extremos y terremotos, son claramente responsables de la significativa volatilidad en la magnitud de las pérdidas, los peligros secundarios están impulsando la tendencia hacia un aumento en las pérdidas aseguradas. Las investigaciones indican claramente que el cambio climático tiene un impacto —en algunos casos, considerable— en la frecuencia y la severidad de estos fenómenos naturales.

Los peligros secundarios se refieren a riesgos naturales localizados, como inundaciones repentinas, incendios forestales, tormentas de granizo y tormentas severas con tornados. Estos peligros ya no son fenómenos raros o de ocurrencia aislada. Su creciente frecuencia y severidad se han convertido en una preocupación urgente para la industria de seguros, y los seguros marítimos no son la excepción. Estos riesgos, alimentados por la intensificación del cambio climático, exigen que los aseguradores reconsideren los modelos tradicionales de suscripción.

En la última década, hemos presenciado una cascada de eventos extremos que ilustran el creciente peso de los peligrossecundarios. Incendios forestales en California (2018), Australia (2019) y Grecia (2018-2023) han causado pérdidas humanas y financieras significativas. Tormentas severas en los Estados Unidos han alcanzado niveles de pérdidas anuales comparables a un huracán grave, y las inundaciones repentinas en Alemania y España (2023-2024) han afectado comunidades e industrias por igual. Estos eventos han generado miles de millones de dólares en daños a la infraestructura, interrumpido las cadenas de suministro y prolongado las interrupciones comerciales.

Latinoamérica, frecuentemente identificada como una de las regiones más vulnerables a desastres naturales, ofrece un ejemplo claro de los desafíos que plantean los peligros secundarios. En 2023, las sequías en Panamá interrumpieron significativamente las operaciones del Canal de Panamá, reduciendo el número de tránsitos diarios de embarcaciones de 38 a 28. Este cuello de botella no solo retrasó los horarios del transporte marítimo global, sino que también generó una pérdida estimada de ingresos de 500 millones de dólares para el canal, un recordatorio impactante de cómo los cambios ambientales localizados pueden repercutir en el comercio global.

En 2021, el río Paraná en Sudamérica, una arteria comercial crítica en la Cuenca del Plata, alcanzó su nivel más bajo en 77 años, deteniendo el tráfico de barcazas y afectando las economías de Uruguay, Argentina y Brasil. Por el contrario, solo tres años después, el sur de Brasil enfrentó inundaciones catastróficas en Río Grande do Sul, desplazando a casi 580,000 personas y causando graves daños económicos.

El aspecto complicado de los peligros secundarios radica en su imprevisibilidad, ya que, como las inundaciones repentinas, pueden ocurrir prácticamente en cualquier lugar. Para muchos de estos peligros secundarios, como las inundaciones, la brecha de aseguramiento sigue siendo alarmantemente alta, incluso en países industrializados, pero es aún más pronunciada en economías emergentes. Estos eventos ocurren frecuentemente en áreas no acostumbradas a tales riesgos, dejando a los aseguradores con datos y experiencia limitados para gestionarlos o modelarlos de manera efectiva.

Lo que antes se consideraba marginal, los peligros secundarios se han convertido en un elemento central en el panorama de riesgos emergentes de los seguros marítimos. Ignorar su auge es arriesgarse a quedarse atrás en una era de rápido cambio climático y ambiental. Para la industria de seguros, adoptar estrategias proactivas para comprender, mitigar y suscribir estos riesgos emergentes ya no es una opción, es un imperativo.