https://es.panampost.com – Hace unos días, el Foro Económico Mundial (WEF, por las siglas en inglés) publicó su reconocido Reporte de Competitividad Global 2018 (The Global Competitiveness Report), el cual ha desarrollado y publicado anualmente desde 1979. La edición de este año, fue elaborada por un equipo de consultores y economistas que lideran Klaus Schwab, Presidente Ejecutivo del WEF, y por Xavier Sala y Martin, catedrático de la Universidad de Columbia, junto con más de 160 institutos contraparte a nivel mundial.
Antes de entrar al análisis de sus datos, es importante destacar que el Reporte cuenta con una nueva metodología e incluye cambios importantes; es su cuarta revisión a fondo desde que se creó. De modo que los resultados no son comparables con todos los reportes previos; esta edición incluye solamente resultados de 2017 para efectos de referencia. Así que ascensos y descensos respecto a la edición previa son más un reflejo de los cambios metodológicos que una mejoría/empeoramiento del desempeño de cada país.
El trabajo entiende por competitividad a la capacidad de una nación para atraer, retener y multiplicar inversiones directas, que producen bienes y servicios, crean empleos y generan ingresos y bienestar. Mide 140 países, cuyas economías representan el 99% del producto bruto de todo el planeta, a través de 98 indicadores (60% de esos indicadores son nuevos este año), organizados en cuatro grandes categorías: entorno propicio para la competitividad, capital humano, mercados y ecosistema de innovación, y en 12 “pilares”.
El Reporte incorpora a partir de este año los motores de la Cuarta Revolución Industrial, como capital humano, innovación, pensamiento crítico y resiliencia, a fin de analizar qué impulsa el crecimiento a largo plazo y la productividad. Así, la nueva metodología incluye varios factores relativamente novedosos, como la generación de ideas, la cultura empresarial, la apertura y la agilidad (con énfasis en temas de capital social, preparación para el futuro, negocios disruptivos, la apertura del comercio de servicios, la deuda, uso de Internet, entre otros).
En el Reporte, la puntuación media a nivel mundial es de 60, entre el primer lugar (EE.UU., con 85.6 puntos) y el último, el 140º (Chad, con 35,5 puntos), existiendo en ese intermedio una amplia gama de rendimiento en todas las regiones y países. Estados Unidos es la economía más competitiva del mundo según el Reporte y se encuentra en la cima de competitividad por primera vez desde la crisis financiera de 2007-2009, superando a Singapur, Alemania, Suiza y Japón, los otros cuatro mercados principales.
Al respecto, “diez años después de la crisis, la economía se ha recuperado, pero hay una fragilidad que persiste”, dijo en la presentación del reporte el investigador del WEF y uno de los coautores del informe, Thierry Geiser. Una fragilidad que no necesariamente yace en la economía y que parece expresarse a través de fenómenos como el extremismo y el populismo, agregó.
En cuanto a América Latina (se analizan todos los países de la región, excepto Cuba, por falta y poca confiabilidad de sus datos), este año la economía chilena ha consolidado su liderazgo regional en el Reporte. En contraste, una región como Centroamérica pierde competitividad. Al respecto, sorprende que solo dos países latinoamericanos se encuentren en el Top 50 del ranking: Chile (lugar 33) y México (45). Y sorprende porque al menos desde los años 80s, los gobiernos latinoamericanos dedicaron cada vez más tiempo y recursos para supuestamente promover la competitividad, asumiéndola muchas veces casi como una tarea privativa del Estado, creando un sinfín de dependencias para ese efecto. Casi 40 años después, podemos apreciar lo magro de los avances y el enorme desperdicio de recursos.
Al respecto de América Latina, apunta el Reporte: “La competitividad de la región sigue siendo frágil y podría verse amenazada por una serie de factores, entre los que cabe citar un mayor riesgo de proteccionismo comercial en Estados Unidos; las repercusiones de la crisis económica y humanitaria de Venezuela; la incertidumbre política a raíz de las elecciones en las mayores economías de la región y las perturbaciones derivadas de las catástrofes naturales que amenazan al Caribe. La inseguridad y la debilidad de las instituciones representan dos de los mayores desafíos para la mayoría de los países”, indica.
Conviene detenerse un poco en este dignóstico: El desempeño promedio de la región en el pilar de las instituciones es aproximadamente el mismo que el de África subsahariana. Es decir, tenemos instituciones estatales con altos niveles de corrupción y descrédito, con poca confianza sobre los funcionarios encargados de hacer cumplir las leyes o facilitar la creación de nuevos negocios, y nuestros países clasifican entre los menos seguros del mundo: Por ejemplo, El Salvador en el lugar 140º, Venezuela en el 139 y Honduras en el 136. En suma, en 12 de los 18 países latinoamericanos analizados, la calidad de las instituciones es un lastre para la competitividad, más que un apoyo o un factor de “promoción”. Y en cuatro de los seis restantes, es un factor “neutro”.
Es decir: Simplemente en Latinoamérica no tenemos instituciones públicas que funcionen de manera eficiente, integrada, sólida, y nuestros gobiernos han sido, generalmente, lo bastante superficiales, dispersos y corruptos como para asumir tareas que implican mucha profundidad y profesionalismo, o que simplemente no debieron de asumir. Los márgenes de progreso son inmensos en estos puntos.
Al final, solo cabe asumir que si América Latina quiere mejorar en su competitividad, para así atraer inversiones y generar riqueza y bienestar social, sólo le queda apelar a su empresariado y a la ciudadanía (como ha sido siempre), no a sus políticos, y que sean aquellos quienes muevan la carreta, mejoren en sus procesos y saquen adelante a nuestros países. Nuestros políticos demuestran una y otra vez que no son capaces de ello. Seguir confiando en ellos es la mejor receta para, algún día futuro, suspirar por la “época dorada” cuando a nuestros países los comparábamos con Kenia o el Congo.
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